miércoles, 26 de noviembre de 2008

Algunos cuentitos de Urbanoscopio

Un hombre cultiva girasoles ¿y espera que yo le crea?
Humo es lo que respira ese hombre. Es humo porque su jardín quedo atrapado entre ese humo que no ofrece a cambio ni el hambre del fuego, ni el canto agónico de la materia que se entrega.
Simplemente el humo tomó su jardín, sitió su casa y poseyó su cuerpo antes de que ese hombre se diera cuenta; porque al pueblo ya lo había olvidado toda la ciudad; a los pueblerinos, los ciudadanos; a las casas, los edificios; a los caminos, las calles y a los coches, los autos…y el humo ya venía de todo aquello junto. Pero ese hombre ya estaba muy viejo cuando el humo acabó de convencer de gris a todo.
Ese hombre ya estaba viejo y había pasado su vida entera cultivando girasoles en su jardín.
Por eso no vendió su casa para marcharse aun pueblo de casa y caminos, porque entre ellos, los girasoles todos, se confabularon para darle amarillo clandestino a la calle, a la casa y a sus pulmones; para que no supiera nunca él que planta y planta encorvado sus cientos de girasoles en el jardín que ahora es diminuto, yo lo miro desde la ventana del autobús, lo miro, envuelto en humo gris y en humo negro, lo miro respirar el humo en el jardín de su casa, que ahora es diminuta, lo miro plantar sus girasoles…y ¿él espera que yo le crea?

Luz verde: mujer lejana
La primera bocina escupió algo así como un aviso o una amenaza, que pasó inadvertida. La segunda y todas las demás se dirigieron específicamente a su anciana madre en tonos cada vez más alusivos, hasta que por fin se percató de que era con él la cosa. ¡Natural!, la luz había cambiado mientras él contemplaba absorto desde la ventanilla de su auto una cara entre la multitud, una cara de mujer…una hermosa cara de mujer…un cuerpo de mujer…
Hora pico, embotellamiento insufrible, cada centímetro de la calle había que ganárselo, ¡y un idiota se daba el lujo de dejar pasar el semáforo!
Avanzó lentamente tratando de seguir el paso de la mujer que también se abría camino a duras penas en la acera. Pero la luz verde no perdona y otra cuota de bocinazos lo obligo a continuar, esta vez dejando atrás a aquella hermosa mujer que avanzaba sin saberse observada, aquella hermosa mujer que bien podría haber sido el amor de su vida y que él dejaba irremediablemente atrás porque la maldita luz verde había abierto una hilera y no le quedaba más remedio que acelerar.
Por un milagro de los que rara vez se dan en la calle, alcanzó a ubicar a su mujer en el retrovisor y ahí la poseyó unos instantes mientras se perdía para siempre camino a la oficina, consciente de que había desperdiciado la única oportunidad de su vida de detenerse, abandonar la nave en medio cuello de botella, alcanzar a la mujer y huir con ella a donde no hubiera presas ni bocinas ni malignas luces verdes de esas que lo hacen avanzar a no hacia u lugar que, en definitiva, no queda adelante.

La red

Los fines de semana el servicio de caballeros no necesitaba para nada el distintivo, cualquiera habría podido identificarlo con solo seguir el olor penetrante que despedía: orina de caballo, más que de caballero. Pero Andrés no podía evitar llenarse los pulmones con una profunda inhalación poco antes de comprobar que ya sólo le quedaba la última gota, la que siempre les moja le calzoncillo a los caballeros. Respiraba maquinalmente el olor de sus meadas de cerveza y miraba desconcertado las caras de los que entraba a desaguarse igual que él. Después, regresaba a seguir mirando miradas, porque en medio del rompecabezas imposible de los cientos de caras que asistían al bar, otra cara debía, con absoluta certeza, pensaba él, estar buscando la suya con la misma sensación en las tripas.
El servicio de damas no ofrecía tampoco un aire letal, pero Milagro no lo inhalaba; por el contrario, trataba de contener la respiración a lo largo de su meada sin lograrlo, por supuesto: también era de cerveza. Mientas, el bajo demoledor de la música a todo volumen le retumbaba en las paredes del útero y le hacía cosquillas en el alma. Alguien allá afuera definitivamente no la iba a encontrar aunque se la topara de frente y le pidiera lumbre para el cigarrillo.
Los dos se retiraban en la tarde, cada uno por su lado, a veces solos, otras veces con amigos; siempre arrastrando una frustración inexplicable. Siempre y por mareados llegaran a sus respectivos paraderos, iban directo a consultar sus ordenadores por si hubiera un mensaje vía e-mail. Se habían enamorado sin confesarse que él firmaba con un pseudónimo femenino y ella con uno masculino.

Mini soda “La parada”
¡A ese sobreviviente lo iban a intimidar con amenazas…! Ni con la remodelación de la estación de autobuses lograron arrebatarlo de la esquina donde había levantado hacía años un tramo de comidas rápidas, menos ahora que látex de dudosa calidad les había bendecido de nuevo el hogar.
-Su negocio ni siquiera cumple con las reglas mínimas de higiene. Además, todo el humo de los buses se lo tragan los clientes en lo que se comen-, a lo que agregaron una larga lista de los contaminantes encontrados en su menú.
-Ustedes lo que quieren es obligarme a venderles la esquina para la Mal Donal que van a abrir aquí-, fue su única respuesta antes de echarlos del local.
Esa misma noche, al lado del menú escrito en la pared y los dibujos alegóricos, escribió otra leyenda: “Alimentos ricos en plomo y otros minerales”.

2 comentarios:

vcarvajal dijo...

Excelente mini relato... pequeño per de calidad, se ven pocos hoy en dia. Se puede saber ¿Quien es el autor?

Roy Acuña dijo...

estos cuentos son los que aparecen en Urbanoscopio de Fernando Contreras?